Quietas, dormidas están, las treinta, redondas, blancas.
Entre todas sostienen el mundo.
Míralas, aquí en su sueño,
como nubes, redondas, blancas,
y dentro destinos de trueno y rayo,
destinos de lluvia lenta, de nieve, de viento, signos.
Despiértalas, con contactos saltarines de dedos rápidos,
leves, como a músicas antiguas.
Ellas suenan otra música:
fantasías de metal valses duros, al dictado.
Que se alcen desde siglos todas iguales,
distintas como las olas del mar y una gran alma secreta.
Que se crean que es la carta, la fórmula, como siempre.
Tú alócate bien los dedos, y las raptas y las lanzas,
a las treinta, eternas ninfas contra el gran mundo vacío,
blanco en blanco. Por fin a la hazaña pura, sin palabras,
sin sentido, ese, zeda, jota, i... P
edro Salinas Presagios (1923)
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